Sufría un cáncer de pulmón y en los últimos días agonizó en su departamento de la avenida Santa Fe, en Capital. Tenía 82 años. Fue el primer mandatario tras la caída de la dictadura militar.
Sí, hoy la Argentina está triste y tiene motivos para estarlo. Ese halo de inspiración profunda que genera las grandes emociones ciudadanas ha captado que, al morir Alfonsín, ha desaparecido un político decente, en el sentido más amplio de la palabra.
Decente, porque las pasiones cívicas que lo animaron desde la más temprana juventud estuvieron disociadas de la idea de la política como atajo para el lucro material. Decente, porque se atuvo en todo instante a las propias convicciones, aun cuando esto significara navegar por mucho tiempo contra corrientes de la moda intelectual o los fetichismos sucesivos de las mayorías.
Decente, porque las pasiones cívicas que lo animaron desde la más temprana juventud estuvieron disociadas de la idea de la política como atajo para el lucro material. Decente, porque se atuvo en todo instante a las propias convicciones, aun cuando esto significara navegar por mucho tiempo contra corrientes de la moda intelectual o los fetichismos sucesivos de las mayorías.
Ha muerto Raúl Alfonsín. Ha muerto un hombre cabal.