La Fundación para la Ayuda contra la Drogadicción (FAD), dedicó antesdeayer, día 30 de septiembre, un justo, entrañable e inteligente homenaje a los maestros y maestras. Hermosa iniciativa. Me quiero sumar a ella con todo el entusiasmo y la emoción de que soy capaz. Dice Herbert Wells: “La historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe”. Y nadie como los maestros y las maestras está con la educación. Es su oficio, es su vida, es su pasión. Creo que la solución a los problemas del mundo está en las escuelas, no en los cuarteles, no en los bancos, no en los despachos ministeriales.
El gran magistrado Pericles entendió de forma cabal la misión del maestro como forjador de la personalidad y la conciencia de los pueblos. En cierta ocasión, mandó reunir a todos los genios y artistas que habían contribuido a engrandecer Atenas. Fueron llegando los arquitectos, los ingenieros, los escultores, los matemáticos, los astrónomos, los guerreros, los filósofos… Pericles cayó en la cuenta de una ausencia notable: faltaban los pedagogos, personas muy modestas que se encargaban de llevar a los niños por el camino del aprendizaje.
– ¿Dónde están los pedagogos?, preguntó Pericles. No los veo por ninguna parte. Vayan a buscarlos.
Cuando, por fin, llegaron los pedagogos, habló Pericles:
– Aquí se encontraban los que, con su esfuerzo y su pericia, transforman, embellecen y protegen a la ciudad. Pero faltaban ustedes, que tienen la misión más importante y elevada de todas: la de transformar y embellecer el alma de los atenienses.
Hermosa lección, que es preciso recordar después de tantos años, de tantos siglos. Los maestros y maestras trabajan con los ‘materiales’ más complejos, excelsos y delicados que podríamos imaginar: las mentes, los sentimientos, las actitudes, los valores, las expectativas de los niños y de los jóvenes. El banquero maneja números, talones y billetes, el arquitecto trabaja con planos, el albañil con ladrillos, el médico con el cuerpo de las personas. ¿Hay otra profesión tan hermosa y arriesgada como la del educador?
El 19 de enero de 1824, estando en la cumbre de su gloria, Simón Bolívar, le escribió desde Pativilca (Perú) una carta a su antiguo maestro, Simón Rodríguez. En ella reconoce que fue precisamente ese maestro quien sembró en su corazón los anhelos y el compromiso por la libertad y la justicia, quien espoleó su corazón para lo grande y lo sacó de una vida frívola y sin sentido. Dice en esa carta: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso…”.
También Albert Camus, que cuando niño vivió en Argelia una vida de trabajos y pobreza y quien gracias al talento y al esfuerzo consiguió el premio Nobel de Literatura, quiso reconocer en otra famosa carta que todo se lo debía a un maestro especial, el señor Germain. Dice en ella: “Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin su esperanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que conceda demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.
De todos es conocida la hermosa carta de Frei Betto a Paulo Freire, que fue educador del actual presidente de la República brasileña Lula Da Silva: “Fueron sus ideas, profesor, las que permitieron a Lula, el metalúrgico, llegar al gobierno. Eso no había sucedido antes en la historia de Brasil y, quizás, en el mundo, excepto por la vía revolucionaria. Hablo de la elección a presidente de la República de un hombre que venía de la miseria, que enfrentó, como líder sindical, una dictadura militar y fundó un partido de izquierda en una nación donde la política pública siempre fue negocio privado de la élite…”.
Así podríamos llegar al infinito citando testimonios de millones de alumnos anónimos y de maestros apasionados, pacientes y generosos. La gran transformación de la sociedad se alcanzará mediante el proceso lento y profundo de la mejora de los ciudadanos, que serán luego capaces de diseñar unas estructuras y de instaurar unas dinámicas sociales asentadas en valores. La escuela enseña a pensar y a convivir. Socializar es incorporar a los individuos a la cultura. Educar es añadir a ese proceso la dimensión crítica y la dimensión ética.
Dice Rubem Alves, autor del libro portugués “Estorias maravillosas de quem gosta de ensinar”: “No conozco que exista una cosa más importante para la vida de los individuos que la educación. La democracia sólo es posible si el pueblo está educado. Pero estar educado no es igual que tener un diploma superior. Significa tener capacidad de pensar”.
Existe una creciente demanda de la sociedad a las escuelas para que en ellas se haga frente, de modo preventivo, a las principales necesidades que hoy tiene el mundo. La escuela debe prevenir los problemas (guerras, violencia, consumo de droga y de alcohol, sida, destrucción del medio ambiente…) y educar integralmente (sexualidad, consumo, ocio, imagen, valores…). ¿Quién puede hacer todo esto? ¿Cómo se selecciona, ¿cómo se forma, cómo se organiza a los profesionales que tienen que atender unas exigencias cada día más extensas y complejas? ¿Cómo se los valora? Los padres y las madres conocen la dificultad de la educación de uno, dos o tres hijos… ¿Cómo afrontar la tarea de adaptarse a las peculiaridades de todos y cada uno de los integrantes de un aula, de una escuela?
Cada vez se hace más compleja esa tarea: por los competidores que tiene la escuela (medios de comunicación, presión social, modelos alternativos…), por la actitud negativa de algunos escolares hacia el esfuerzo sostenido y la docilidad, por la desafección que manifiestan algunas familias hacia la escuela, por el desconcierto que generan quienes gobiernan la educación… No es fácil, pues. Por eso hay que ayudar (la sociedad, la política, las familias…) a que estos profesionales puedan ejercer su tarea con autenticidad, competencia y éxito. Para ser maestro hace falta saber, saber hacer, saber querer y saber ser. He leído hace unos días la hermosa carta que un niño de una escuela rural argentina le escribe a su maestra. Termina así: “Ven a mi casa a visitarnos. Mi perro no te hará daño: él sabe que me quieres”.
En una sociedad que ha descubierto que quienes tienen información tienen poder, los maestros y maestras son profesionales que se dedican por oficio a compartir la información que tienen. Dice Emilio Lledó: “Ser maestro no es sólo una forma de ganarse la vida; es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros”. ¿Cómo no rendir homenaje, cómo no profesar admiración, cómo no prestar ayuda a estos profesionales esforzados? Por eso me ha parecido extraordinariamente lúcida y emocionante esta iniciativa de la FAD.
Fuente: Miguel Santos Guerra
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